Esto es la Universidad.... pública




Este blog está dirigido a vosotros, los estudiantes que acabáis de llegar a la Universidad. A la Universidad pública. A la universidad de todos. La que costeamos entre todos para que independientemente del nivel de vuestros ingresos familiares tengáis la oportunidad de aprender y de transformar vuestra vida. Para que aprendáis Derecho y, sobre todo, os convirtáis en personas pensantes y críticas, dispuestas a integraros inteligentemente en el mundo que os ha tocado vivir.

En este blog encontraréis primero las instrucciones para sacar el máximo provecho de "nuestro" esfuerzo conjunto a lo largo de estas semanas de clase. Pero también algo más: una incitación permanente a aprender, un estímulo para que vayáis más allá de la mera superación del trámite administrativo del aprobado. Escribía el piloto, escritor y filósofo francés Antoine de Saint Exupéry (1900-1944) en El Principito, que "sólo se conocen las cosas que se domestican". Por eso voy a tratar de convenceros de lo importante que es "domesticar" lo que vais a estudiar. Para que sintáis lo apasionante que es descubrir el mundo a través del Derecho. Pero no del Derecho a secas, sino del Derecho en su trayectoria histórica, en el marco cultural de la civilización en la que aparece. Para que comprendáis como sugería José Ortega y Gasset, que preservar nuestra civilización depende de que cada generación se adueñe de su época y sepa vivir "a la altura de los tiempos".

Para ello cada semana os diré qué tenéis que estudiar y cómo, os proporcionaré lecturas y os recomendaré ejercicios. También compartiré con vosotros pensamientos y consideraciones que vengan a cuento, al hilo de lo que vayamos estudiando.

Tendremos que trabajar mucho, vosotros y un servidor. Pero eso dará sentido a vuestro -nuestro- paso por la Universidad. Será un esfuerzo muy rentable para vuestro -mi- engrandecimiento como personas. Os lo aseguro.

Ánimo, y a por ello.

Un saludo cordial

Bruno Aguilera-Barchet

miércoles, 4 de diciembre de 2019

El planeta primero





De Sydney a Vancouver, de París a Pretoria, de Nueva York a Buenos Aires, en todo el planeta más un millón de jóvenes han dejado de ir al colegio para manifestarse en la calle. Y todo por culpa de una adolescente sueca afectada por el síndrome de Asperberger  llamada Greta Thunberg (2003) que en el verano de 2018 empezó a dejar de ir a clase los viernes para manifestarse en Estocolmo ante el Parlamento sueco para concienciar al mundo del dramatismo del cambio climático y obligar a los políticos a reaccionar. Su combate prendió y Greta ya ha hecho un TED y ha pronunciado un discurso en la ONU, concretamente en diciembre de 2018, en el COP 24 celebrado en Katowice (Polonia). “Por su culpa” los adolescentes se han cabreado en el mundo entero y han decidido tomar medidas. En Estados unidos ha surgido el movimiento Huelga climática infantil, fundado por 5 adolescentes entre 12 y 17 años; y otros 21 adolescentes han presentado la primera demanda judicial contra el Gobierno norteamericano por no protegerlos de los daños que supone el uso de los combustibles fósiles. Una demanda que ha sido admitida a trámite.



Mucho ruido y pocas nueces

 El cabreo de los jóvenes está justificado. Porque los síntomas del calentamiento climático, tantas veces debatido entre quienes creen en él y los que opinan que es un cuento chino, empiezan a ser cada vez más claros. Si atendemos, por ejemplo, a la drástica reducción de la masa de hielo de los polos y a la subida del nivel de los océanos. Y es que ¿cómo no va a haber calentamiento global si unos 120.000 aviones diarios surcan los cielos del planeta… cada día?




El verdadero problema es que, junto a los políticos, dominados por el cortoplacismo electoral, los juristas tampoco están a la altura, a pesar de que existe una nueva área jurídica llamada Derecho medioambiental que va a cumplir medio siglo de existencia. El problema es que esta nueva área jurídica se inscribe en el ámbito internacional, y hoy por hoy, como sabemos, el único derecho que funciona de modo eficaz es el estatal ya que son los estados los que tienen los medios para imponerlo por la fuerza si es necesario. El derecho internacional está plagado de buenas intenciones pero queda muy a menudo en agua de borrajas. Porque no hay un legislador global, un tribunal aceptado por todos o un policía del planeta. Ni siquiera en la Guerra de las Galaxias gracias a que Luke Skywalker hace lo que puede para luchar contra el Imperio y evitar que controle todo el universo. En la realidad del mundo de hoy los 193 estados-nación de la ONU son soberanos y aceptan lo que les conviene. Por eso cuando se trata de un problema “internacional” solo puede recurrirse a los tratados, que en definitiva son contratos entre naciones soberanas y que como tales se cumplen no porque exista una autoridad superior sino porque cada estado firmante está por la labor. Desde luego en el ámbito del cambio climático y del calentamiento global cada estado arrima el ascua a su sardina y por ello el indispensable derecho medioambiental es a menudo tan ineficaz.


 La Manga del Mar menor en 2019

 Desde la firma en 1992 del Tratado Conferencia Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC), todos los años representantes de todo el mundo se reúnen con grande alharacas para conseguir pocos resultados. Como la montaña que parió un ratón. El famoso parto de los montes de la fábula de Esopo que sigue rondando por la Tierra desde hace 2500 años. Con un ejemplo lo entenderás mejor, el tan aireado Protocolo de Kioto de 1997, es un bluff, porque, de entrada, no se unen a él ni China ni Estados Unidos, porque en teoría entró en vigor en el 2005 y acabó en 2012, aunque no se sabe si se prorrogó realmente en el 2011, porque en el 2012 se salió Canadá, y porque en el 2015 aún sigue teniendo fecha de caducidad, pues tras firmarse el Acuerdo de París, este solo entrará en vigor en el 2020, aunque está por ver si será más eficaz. No te asustes lector si todo esto te parece un lío. Porque lo es. Es un batiburrillo y, sobre todo, es muy poco efectivo. Mucho ruido y pocas nueces, parafraseando la famosa obra de Shakespeare (Much ado about nothing).


 Es verdad que también hay que valorar que influye en la inoperatividad del derecho medioambiental el que a nivel mundial las opiniones estén dividas sobre si resulta o no útil. Para algunos hay avances notables en la lucha  contra el cambio climático porque desde el año 1970 en que se inicia la reacción jurídica contra los gases que provocan el “Efecto invernadero”, el combate de unas pocas y aisladas decenas de asociaciones raíz (grassroots) o comunidades de base, se ha convertido en una lucha planetaria que moviliza a millones de personas en todo el mundo. Y ello ha acabado por tener consecuencias que se traducen en resultados tangibles.

 La educación medioambiental se ha convertido en una parte insustituible y estandarizada del curriculum escolar. Y económicamente hablando la industria destinada a controlar la polución, solo en Estados Unidos, factura en torno a los 200.000 millones de dólares anuales, generando un millón y medio de empleos. El derecho medioambiental ha tenido además un impacto positivo en la medida en que en Norteamérica, por ejemplo, el aire, el agua y el suelo están hoy más limpios que estaban en 1970, lo cual es muy meritorio teniendo en cuenta el tremendo crecimiento económico experimentado desde entonces. Según datos de la Agencia de Protección del Medioambiente norteamerican (Environmental Protection Agency)  al iniciarse el nuevo Milenio, si adicionamos las emisiones de los 6 principales elementos que polucionan el aire, sus niveles habrían descendido desde 1970 un 25%, a pesar de que en ese mismo período el consumo de energía ha aumentado un 43%, los kilómetros recorridos en coche por los conductores norteamericanos un 149%, y el PNB norteamericano un 160%. A lo que hay que añadir que dos tercios de las aguas que son objeto de vigilancia medioambiental permiten que la gente pesque y nade en ellas, cuando hace apenas tres décadas eran cloacas a cielo abierto.

 Otros analistas, en cambio, son mucho menos optimistas, cuando no directamente mucho más pesimistas. Para ellos en su medio siglo de desarrollo el Derecho medioambiental ha tenido muy poco impacto a la hora de frenar la degradación ecológica del planeta. Toda la batería de medidas jurídicas adoptadas por el Gobierno de los En Estados Unidos desde 1970 para proteger el medioambiente y las instituciones creadas con este fin no han logrado evitar que haya desaparecido el 53% de los humedales (wetlands) y el 90% de los bosques originarios (old growth forrests), que 9000 especies estén en riesgo de extinción, o que no se pueda pescar en el 44% de los ríos norteamericanos. Sencillamente porque siguen vertiéndose anualmente en el aire, el agua y el suelo dos millones de toneladas de productos químicos tóxicos. 




Y la Tierra no es la única afectada, pues también sufre las consecuencias de la destrucción medioambiental la salud humana. De entrada porque, actualmente el 95% de la población mundial tiene un alto riesgo de sufrir cáncer de pulmón, debido a las toxinas que flotan en el aire que respiran. Un estado de cosas que ha favorecido el surgimiento de una literatura de gran calado ecológico, que pone en evidencia el daño que el ser humano está infligiendo al planeta, como Annie Proulx en su libro El bosque infinito (2016) o la sátira ecologista de Jonathan Franzen Libertad (2010).



Este colosal daño a la Tierra y a sus habitantes tiene su origen en la Revolución industrial, aunque cuando realmente se acelera exponencialmente es durante los últimos 30 años; período que los medioambientalistas llaman la Era moderna del derecho medioambiental (Modern Era of Environmental Law), caracterizado porque en él los ecosistemas se han reducido en un 33% y los humanos ya hemos consumido irreversiblemente un tercio de los recursos naturales del Planeta. Y en estas condiciones a la pregunta de si funciona el Derecho medioambiental hay que contestar con un rotundo "no". Como mucho podría hablarse de éxitos pequeños, pero valorada en su conjunto la destrucción provocada por la actividad industrial ha sobrepasado con mucho la eficacia de la batería de normas jurídicas que protege el medioambiente. Por eso se ha podido afirmar, expresivamente, que desde el punto de vista de la salvaguarda ecológica las leyes e instituciones medioambientales son el bastón en el que se apoya la Humanidad mientras camina hacia su propia destrucción.    



Cambio de prioridades

  Desde la perspectiva de la historia jurídica lo que está claro es que hoy se está poniendo en tela de juicio que el hombre pueda ejercer un dominio absoluto sobre la naturaleza. La polución, la deforestación, la sobreexplotación agrícola están degradando el planeta a marchas forzadas y por ello estamos en un punto en el que hay cada vez más gente convencida de que el derecho debe anteponer la protección del planeta a los intereses económicos del hombre. El cambio climático y el agotamiento de las reservas naturales hacen que los dogmas del crecimiento económico y el mantenimiento del nivel de vida pasen a un segundo plano y prevalezca la necesidad de salvar la Tierra.



Y algo está cambiando. Los esfuerzos a nivel global pueden ser decepcionantes –porque entre otras cosas el derecho es considerablemente ineficaz a nivel internacional-, pero si dividimos el mundo en áreas geográficas las cosas no están tan mal. Es un lugar común afirmar que los Estados Unidos son la bestia negra del cambio climático y que los norteamericanos son los campeones de la degradación del planeta. Sin embargo lo que se olvida es que, paradójicamente, fue el gobierno federal norteamericano el primero en crear organismos públicos destinados a proteger el medio ambiente. Concretamente fue el denostado presidente Nixon (1969-1974), el del escándalo Watergate, quien creó en 1970 la Agencia de Protección del medioambiente (Environmental Protection Agency, USEPA) y la Administración Nacional oceánica y Atmosférica (National Oceanic and Atmosferic Administration, NOOAA). Dos organizaciones  que cuentan con una importante red territorial de sedes y miles de funcionarios pagados con cargo a los impuestos de todos los norteamericanos. Los europeos tardamos la friolera de 20 años más -hasta 1990- en crear una Agencia europea del medioambiente.











CUESTIONES:


1. ¿Qué es el “efecto invernadero?

2. ¿En qué país y cuando se inicia la protección del medio ambiente?


3. Explica la frase siguiente: desde el punto de vista de la salvaguarda ecológica las leyes e instituciones medioambientales son el bastón en el que se apoya la Humanidad mientras camina hacia su propia destrucción.

4. ¿A partir de cuándo la lucha contra el medioambiente empezó a ser eficaz? ¿Qué acontecimiento de la Guerra fría justificó la alarma medioambiental en la población?

5. ¿Cuál es la principal dificultad jurídica que plantea la protección y defensa del medioambiente? 

6. ¿Por qué en Europa es donde hoy el derecho protege más eficazmente el medioambiente?  

7. Explica qué es la “constitucionalización” del medio ambiente.

8. ¿En qué medida los derechos humanos ofrecen una protección contra el cambio climático? Sitúate en un plano jurídico

9. ¿Cómo pretende el capitalismo luchar contra el calentamiento climático? 




HACIA UN DERECHO DESHUMANIZADO




Hasta ahora hemos considerado el derecho como un producto de la sociedad humana. El primer capítulo de este libro se llama el animal jurídico porque los humanos se impusieron a las demás especies animales gracias a su rico lenguaje y a su poderoso sentido social, dado que somos los únicos seres vivos capaces de convivir en grandes grupos colectivos. El extraordinario progreso de los humanos como especie se basa en que el homo sapiens es el único animal que tiene la capacidad de conectar entre sí a un grupo elevado de individuos. Gracias a que somos capaces de compartir narrativas ficticias como una sociedad anónima, un estado o una nación, pero también a que hemos desarrollado un método avanzado de resolver nuestras disputas: el derecho, gracias al cual evitamos que un conflicto pueda degenerar en guerra. A eso dedicamos nuestro segundo capítulo, en el que dejamos claro que no puede haber sociedad sin derecho. La sociabilidad es la base de la superioridad humana, y el derecho el instrumento indispensable para que esta capacidad organizativa perdure. Los griegos son la base de la cultura occidental, pero esta habría desaparecido de no haber sido por el derecho romano. En última instancia pues es gracias al derecho que el homo sapiens ha conquistado el planeta.

Llegados a este punto sin embargo es necesario advertir que en el siglo XXI esta premisa básica de que el derecho es cosa de humanos se está tambaleando. Por tres motivos. Primero porque hoy se discute cada vez más que el ser humano sea más importante que el planeta. Segundo porque no está claro que los animales deban ser considerados seres inferiores al hombre. Y, tercero, porque la ciencia está en vías de crear seres mucho más operativos que los humanos, lo que entraña el peligro de que el homo sapiens se convierta en una especie inferior, subalterna en el mejor de los casos, irrelevante en el peor.

 Es crucial en definitiva saber si el hombre seguirá siendo o no el objeto prioritario del derecho. Porque la naturaleza y los animales se conviertan en intereses prioritarios de la protección jurídica, o porque las máquinas, robots y computadoras al desempeñar cada vez más las funciones que antes estaban exclusivamente reservadas a los hombres pueden acabar sustituyéndolos. Y en estas condiciones no resulta descabellado pensar que llegue el día en el que el derecho no tenga como objeto prioritario proteger a los seres humanos, sino a otros intereses superiores.

Es lo que vemos en las tres entradas siguientes: El planeta Primero, Animales jurídicos y El derecho en la era de Frankenstein