Hasta ahora
hemos considerado el derecho como un producto de la sociedad humana. El primer
capítulo de este libro se llama el animal jurídico porque los humanos se
impusieron a las demás especies animales gracias a su rico lenguaje y a su poderoso
sentido social, dado que somos los únicos seres vivos capaces de convivir en
grandes grupos colectivos. El extraordinario progreso de los humanos como
especie se basa en que el homo sapiens es el único animal que
tiene la capacidad de conectar entre sí a un grupo elevado de individuos.
Gracias a que somos capaces de compartir narrativas ficticias como una sociedad
anónima, un estado o una nación, pero también a que hemos desarrollado un
método avanzado de resolver nuestras disputas: el derecho, gracias al cual
evitamos que un conflicto pueda degenerar en guerra. A eso dedicamos
nuestro segundo capítulo, en el que dejamos claro que no puede haber sociedad
sin derecho. La sociabilidad es la base de la superioridad humana, y el derecho
el instrumento indispensable para que esta capacidad organizativa perdure. Los
griegos son la base de la cultura occidental, pero esta habría desaparecido de
no haber sido por el derecho romano. En última instancia pues es gracias al
derecho que el homo sapiens ha conquistado el planeta.
Llegados
a este punto sin embargo es necesario advertir que en el siglo XXI esta premisa
básica de que el derecho es cosa de humanos se está tambaleando. Por tres
motivos. Primero porque hoy se discute cada vez más que el ser humano sea más
importante que el planeta. Segundo porque no está claro que los animales deban
ser considerados seres inferiores al hombre. Y, tercero, porque la ciencia está
en vías de crear seres mucho más operativos que los humanos, lo que entraña el
peligro de que el homo sapiens se
convierta en una especie inferior, subalterna en el mejor de los casos,
irrelevante en el peor.
Es crucial en definitiva saber si el hombre
seguirá siendo o no el objeto prioritario del derecho. Porque la naturaleza y
los animales se conviertan en intereses prioritarios de la protección jurídica,
o porque las máquinas, robots y computadoras al desempeñar cada vez más las
funciones que antes estaban exclusivamente reservadas a los hombres pueden
acabar sustituyéndolos. Y en estas condiciones no resulta descabellado pensar
que llegue el día en el que el derecho no tenga como objeto prioritario
proteger a los seres humanos, sino a otros intereses superiores.
Es lo que vemos en las tres entradas siguientes: El planeta Primero, Animales jurídicos y El derecho en la era de Frankenstein