La reflexión que hoy os propongo es sobre cual es la realidad de la Universidad en la que habéis entrado. La universidad española no es mejor ni peor que las demás. Sufre de la crisis educativa que afecta no solo al colegio sino también a la llamada pomposamente "educación superior". La universidad ha perdido su sentido poco a poco desde la revolución francesa de Mayo del 68. Con la mejor intención, hacer asequible la educación a todos, aquellos revolucionarios acabaron cargándose la educación. Y hoy para muchos la universidad está sometida al "mercado". Lo que se busca es formar al proletariado del siglo XXI que cobre poco y trabaje mucho y, sobre todo que no se se interrogue sobre qué sentido tiene el mundo de hoy.
En la bibliografía que os sugerí a comienzos del curso os incluía un libro llamado La burbuja universitaria (2010), porque establece un paralelismo con la burbuja financiera que estalló en 2008 y que ha destrozado desde entonces miles de puestos de trabajo de la "economía real". Lo que ha dado como resultado algunas películas soberbias que analizan aquel crack. Entre ellas destacaré el documental Inside Job de Charles Ferguson de 2010, ganador del óscar al mejor documental de aquél año, Wall Street 2 de Oliver Stone del mismo año (a ver después de Wall Street 1 del mismo director de 1987, por el contraste entre el tipo de economía), Margin Call (2011) de de Adam Mckay, El Lobo de Wall Street (2013) de Martin Scorsese y La gran apuesta (2015) de J. C. Chandor,.
Si la economía se ha convertido en una inmensa burbuja especulativa lo mismo pasa con la educación. Es lo que sugiere Libero Zuppiroli en su libro, y no le falta razón. Como indica el ex rector de la universidad de Harvard D. C. Bock en su libro llamado "Universidades en el supermercado: la comercialización de la educación superior" (D.C. bock (2005) Universities in the Marketplace: the commercialization of the Higher Education Princeton: Princeton University Press. Es significativo que no publicase el libro en Harvard, su universidad, sino en Princeton, otra gran universidad. Una crítica feroz de la mercantilización de la educación, que ha llevado a los escándalos de las tesis doctorales plagiadas y de los másteres comprados con dinero o con favores políticos. Una auténtica vergüenza que demuestra la podredumbre del sistema universitario en un mundo en el que la educación se ha convertido en puro marketing. Donde lo importante es aprobar -como sea- en vez de aprender.
Por favor: mercado y políticos "fuera de la Universidad"
Para incitaros a leer La burbuja universitaria os transcribo a continuación el prefacio que escribí cuando lo traduje. Es un libro pequeño y barato al que le vais a sacar mucho jugo. No os lo perdáis. Os va el futuro en ello.
"PREFACIO DEL TRADUCTOR
Son relativamente frecuentes los profesores universitarios de mi generación que se acogen a la jubilación anticipada porque no soportan el choque de Bolonia. “Esta no es la universidad a la que yo me apunté”, dicen. Y por eso, simplemente, abandonan.
Es verdad que la universidad actual ha cambiado mucho, que las referencias tradicionales que teníamos hace 30 años no son las mismas. Que hemos de replantearnos muchas cosas. Pero ¿es esa una razón suficiente como para marcharse? Desde luego que no. Las circunstancias han cambiado esencialmente porque el mundo no es el mismo que conocimos hace tres décadas. El cambio es pues inevitable y viene al caso aquella ocurrente frase de una de las arias de la opereta de Strauss “El murciélago” (Die Fledermaus) cuyo estribillo rezaba: “Feliz es quien olvida lo que no puede cambiarse” (“Glücklich ist, wer vergisst, was doch nicht zu ändern ist”).
La verdad es que aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”, Jorge Manrique scripsit, es una de las grandes falacias erigidas en lugar común. La Universidad que yo viví hace casi cuarenta años no era mucho mejor que la de ahora. Los buenos profesores que motivaban eran, como ocurre hoy, una excepción. Y las oposiciones a cátedra dependían más de las negociaciones entre escuelas que de los verdaderos méritos del candidato. Lo diferente era que la sociedad de entonces era más estable y estructurada. Sin llegar a ser ese “mundo de la seguridad” de finales del siglo XIX que describía Stephan Zweig en las primeras páginas de su luminoso libro póstumo “El mundo de ayer”, hace 30 años uno sabía a qué atenerse. Se estudiaba la carrera, se hacía la mili y luego uno se casaba con la novia de toda la vida, y encontraba trabajo por ser universitario. Hoy las cosas no son así. El ejército es profesional y el servicio militar ha quedado relegado a los libros de historia. Las novias no duran toda la vida, y dos de cada tres matrimonios acaban en divorcio. Y a los universitarios por lo general les cuesta mucho encontrar trabajo, y si lo encuentran ganan una miseria que les impide instalarse por su cuenta.
Sin duda hay que preguntarse por qué el paso por la universidad ha dejado de ser una garantía de empleo. Y la primera respuesta es que, de entrada, hay mucho menos trabajo, como resultado de que hemos pasado de una economía real y productiva a una economía virtual, esencialmente financiera. Una transformación que repercute en el encogimiento del tejido productivo. El mundo se ha transformado y el cambio genera incertidumbre y angustia en quienes no saben cómo afrontarlo. Eso explica que en el ámbito educativo en general, y en el de la universidad en particular, vivamos tiempos de desconcierto. Una sensación que se concreta en ese creciente sentimiento de insatisfacción cuando no de frustración que experimentamos los docentes frente a una tarea que debería por esencia ser ilusionante: la de formar, o simplemente preparar a las nuevas generaciones para que se integren y participen plenamente en el mundo que les ha tocado vivir. Y en vez de ello aquí estamos muchos de nosotros preguntándonos ¿qué sentido tiene lo que hacemos?
Es precisamente lo que plantea el libro de Libero Zuppiroli que tienes lector entre las manos, con una lucidez, no desprovista de inteligencia y humor. Su título “La burbuja universitaria”, es suficientemente expresivo. Y es que la misma imagen de la burbuja financiera que precipita al sistema económico mundial en crisis recurrentes, es perfectamente extrapolable al mundo educativo. La educación, desde el colegio a la universidad, es una realidad cada vez más virtual, en la que prevalece el marketing y lo aparente frente a la sustancia. Es lo que explica que aunque los contribuyentes nos gastemos un dineral en mantener un descomunal aparato educativo, los resultados, esto es: la incidencia que la educación tiene en sus destinatarios, las nuevas generaciones que deberíamos preparar para que comprendan y se adapten a la época que les ha tocado vivir, es cada vez más decepcionante. ¿Por qué? Pues simplemente, porque como escribe Zuppiroli cada vez pensamos menos, y en consecuencia cada vez entendemos menos por qué y para qué actuamos.
Por eso, de entrada, en el libro se destaca la importancia de recuperar el pensamiento crítico como pilar de la tarea educativa. Algo indispensable en una época como la nuestra en la que se privilegia la acción frente al pensamiento. Un tiempo en el que los gestores (managers), erigidos en los hombres clave del sistema, se consideran a sí mismos más estrategas que pensadores. Una era en la que esos directivos, y el gran público que los considera la referencia y el modelo a seguir, consideran que pensar es un lujo decadente e inútil que conduce forzosamente a perder tiempo, eficacia y competitividad, en resumen capacidad de “liderazgo" (leadership).
Pero los tiempos cambian y una vez más las señales de alarma de la historia obligan a las nuevas generaciones a poner en tela de juicio la alocada carrera en que están sumidas nuestras sociedades, para volver a comprender hacia donde hemos de dirigirnos. Aunque para ello hemos de acostumbrarnos a pensar más.
En principio las universidades deberían erigirse en vanguardia de este movimiento. ¿O no son por naturaleza los lugares en los que se piensa? Y no me refiero solo a las facultades de Letras, o a las de Ciencias sociales, sino a la Universidad en general, y en particular a las facultades de Ciencias puras, o a las escuelas tecno-científicas que investigan y enseñan las ciencias aplicadas, esas que ocupan un lugar destacado a la hora de abrir la nuevas vías de explotación de la naturaleza que mantienen en marcha el motor de la economía. Por eso precisamente llama poderosamente la atención el libro de Zuppiroli, porque no se trata de un profesor de Humanidades, ni de un jurista, ni de un economista, sino de un gran investigador y un brillante profesor de “tecno-ciencia”. Y que un tecno-científico eminente tenga que salir a la palestra para defender públicamente que las universidades científicas tienen una especial responsabilidad a la hora de repensar la tarea universitaria, es un claro indicio de que algo no va nada bien.
Sin embargo volver a pensar en el ejercicio de la tarea universitaria no resulta fácil. Porque en nuestras universidades apenas nos queda tiempo para pensar. De hecho ni siquiera tenemos un momento para hablar los unos con los otros, salvo si se trata de cuestiones que afectan a la gestión cotidiana, y siempre que haya dinero de por medio. Sólo en los Estados Unidos, las universidades tecno-científicas que tienen recursos, pueden permitirse el lujo de contratar a algunos intelectuales brillantes a quienes se les concede el privilegio de pensar libremente. La presencia de estos pensadores profesionales evita a los tecno-científicos de a pie tener que plantearse demasiadas cuestiones acerca de la práctica cotidiana de su profesión. Sin embargo en la mayor parte de los casos se trata de una presencia meramente estética, ya que por lo general estos intelectuales excelentes no ejercen prácticamente influencia alguna ni dentro ni fuera de la universidad.
¿Debemos resignarnos a aceptar esta situación como fatal e irreversible? Zuppiroli dice rotundamente que no. Pero ¿Quién es este tecno-científico que osa afirmar que es preciso volver a pensar?
Libero Zuppiroli nació en Italia en 1947, el año en que nació la República, en una época en la libertad era una de las mayores aspiraciones de las sociedades europeas. No fue producto del azar si sus padres le dieron el nombre de “Libero”, palabra que en italiano significa, precisamente, “libre”.
Zuppiroli emigró siendo niño a Francia, país en el que, recibió una excelente educación escolar y universitaria. En 1969 se convirtió en Ingeniero de Telecomunicaciones. Más interesado por la investigación pura que por el desarrollo industrial, decidió hacer su doctorado en “física de la materia condensada” (Condensed matter physics), de la mano de eminentes profesores, entre los que destaca la figura de Pierre Gilles de Gennes, quien acabaría recibiendo el premio nobel por sus investigaciones en este campo. Libero defiende brillantemente su tesis doctoral en 1976 en Orsay, sede la Universidad de París-Sur, una de las más reputadas del mundo en el campo de la tecno-ciencia. Posteriormente se convierte en Ingeniero investigador en el Comisariado de la energía atómica y en 1985 es nombrado profesor de la Escuela Politécnica de Francia, la Escuela de ingeniería donde aún se forman las élites francesas.
Pero Zuppiroli es un espíritu libre y tras contraer matrimonio con una jurista austriaca especializada en la defensa de los Derechos Humanos vuelve a emigrar. Esta vez se instala en Suiza, donde en 1990 es nombrado profesor de la Escuela Politécnica Federal de Lausanne (EPFL). Allí funda el Laboratorio de optoelectrónica de materiales moleculares, lo que le consagra como tecno-científico.
Como miembro de la EPFL, Libero asiste, a partir del año 2000 -significativamente un año después de la aprobación de la Declaración de Bolonia- a un cambio profundo de la institución. Por iniciativa del propio Gobierno de la Confederación Helvética se trataba de que la EPFL emulara a las más conocidas universidades tecno-científicas norteamericanas. Y dicho y hecho. En solo diez años la EPFL se ha convertido en una referencia mundial, como demuestran no solo su ubicación en las clasificaciones o “rankings” universitarios al uso, como la QS o la vulgarmente conocida como Clasificación de Shanghai, sino sobre todo por el gran impacto mediático de sus proyectos estrella. La EPFL es la promotora tecnológica del Alinghi, velero suizo ganador de la Copa América, desarrolla el avión solar o el programa llamado “blue brain” que pretende “modelizar” el cerebro humano. Unas iniciativas de las que la institución está más orgullosa como refleja su página web www.epfl.ch.
Sin embargo es en este momento de éxito, ampliamente plebiscitado por los medios de comunicación helvéticos, en el que Libero Zuppiroli se plantea si la transformación ha sido positiva para una institución, que el autor entiende debería llamarse el “Swiss Institute of Technology” para reflejar el mimetismo total con el modelo norteamericano representado por instituciones de referencia como el Massachusetts Institute of Technology, más conocido por sus siglas MIT o el California Technology Institute, familiarmente llamado Caltech. Es verdad que sus dudas lo sitúan a contracorriente de lo que siente la opinión pública de una Suiza francófona que está orgullosa de la nueva EPFL. De hecho la actitud crítica de Zuppiroli no ha dejado de levantar algunas ampollas en el seno de la Institución, aunque, todo hay que decirlo, también tranquilizó a muchos miembros de la comunidad universitaria, en la medida en que puso de relieve de modo patente hasta qué punto reina la libertad de expresión en esta prestigiosa escuela tecno-científica, que acepta el debate y la autocrítica. Lo cual no es demasiado frecuente en este tipo de instituciones. No en vano Suiza es, probablemente, el país más democrático del mundo.
Pero el libro de Zuppiroli va mucho más allá, pues es sobre todo un análisis lúcido dirigido a comprender en qué punto se encuentra actualmente la universidad. Por eso una vez que en su primera parte el autor describe la transformación que ha experimentado la EPFL en la última década, en lo que denomina “El recorrido ejemplar del “Swiss Institute of Technology”, se inicia una segunda en la que comienza el ensayo propiamente dicho, con una breve pero demoledora crítica del sistema escolar y universitario a nivel mundial. Lo mejor de todo sin embargo es que Libero nos obsequia con una tercera y última parte en la que se atreve a proponer una alternativa al modelo americano de universidad, considerado por la “communis opinio” de la corrección política global como el modelo de referencia.
Por supuesto la utopía universitaria que nos propone Zuppiroli está fundamentada en la necesidad de pensar más, de comprender y dar sentido a la tarea universitaria, para que vuelva a ser útil. Para que los profesores y alumnos no hagan el paripé sino enseñen y aprendan lo que necesita la sociedad de nuestro tiempo. Una universidad en la que profesores, alumnos y personas de la administración trabajen a gusto y con serenidad, porque recuperan su condición de elementos esenciales e indispensables para que la sociedad civil comprenda y se inserte en el mundo actual. Porque su labor vuelve a ser real y plenamente relevante.
Además, el libro es muy ameno y en ocasiones francamente divertido. Es una sátira inteligente que no tiene desperdicio. Que no dejará indiferentes a los universitarios de buena voluntad, que, por suerte, seguimos siendo la mayoría."
Bruno Aguilera-Barchet
Tomado de Libero ZUPPIROLI (2012) La Burbuja universitaria ¿Hay que perseguir el sueño americano? Madrid : Dykinson pp. 11-19.